CUENTOS DE TOKIO (1953)



CUENTOS DE TOKIO (1953)
Yasujirô Ozu
(Japón)

Renunciando a cualquier efecto, y reduciendo la acción a unas simples líneas argumentales que brotan de situaciones ordinarias, Ozu propone al espectador del siglo XXI reencontrarse con el cine: disfrutar del placer que produce ver y oír una película. El comúnmente llamado “más japonés de los cineastas japoneses” fue un artista que hizo del sincretismo un rasgo estético y temático. “Su cine y sus temas hablan de la pugna y de la convivencia entre lo viejo y lo nuevo; lo autóctono y lo foráneo. De este modo Ozu se convierte en cantor del nuevo Japón: el que deja atrás el feudalismo para sumarse a los desafíos de la modernidad. Su cine nace de una nueva cultura urbana que entra en colisión con los valores tradicionales”[1].

Su obra nunca rebasa los límites de lo cotidiano; ni siquiera en aquellas películas en las que debido a las convenciones del género –comedia, película de gángsters- podía haber osado violentar tales lindes. “Se antepone a todo la gran poética del cada día, en la que no tiene cabida la excepcionalidad. Y es ahí donde de improviso, casi inesperadamente, brota incontenible de sus filmes la presencia turbadora y magnética de lo descomunal; y la sobrecarga de prosa que formalmente éstos llevan dentro encuentra inesperadamente el camino de una mutación: su súbita e inexplicable elevación a poema”[2].

Los límites de Ozu son, en efecto, los que marcan las pequeñas tragicomedias de la vida cotidiana, en las que los acontecimientos cómicos y los desdichados se dan la mano, para tejer un tapiz en el que los sucesos más habituales son representados con poderoso hálito poético. “En estos sobrios poemas cotidianos, aun en los de su etapa muda, la palabra convive con el silencio, porque en todos ellos tan importante es el decir como el callar. Así renuncia a la retórica y a los subrayados para formular sin estridencias un arte del sigilo. Un cine que apunta a lo esencial en forma y contenido, tan insólito que asomarse a sus imágenes, sobre todo a las más recónditas y olvidadas, puede suponer un auténtico hallazgo”[3].
    
El de Ozu es un cine sigiloso, que exige ser visto y oído con atención. En sus películas, los personajes no pronuncian largos discursos; son parcos en palabras, y cuando hablan lo hacen en voz baja. Su obra insinúa más de lo que afirma, y sugiere más de lo que muestra. Y lo que se dice está, sin embargo, repleto de sentido. “En correspondencia, las imágenes que compone el cineasta japonés tienden hacia la máxima depuración; se simplifican progresivamente, como si persiguieran de manera obsesiva hacerse con la esencia cinematográfica, concluyendo que, si ésta existe, debe hallarse despojada de todo lo accesorio. Es éste un objetivo arduo, que se desarrolla a los largo de años de oficio y experimentación”[4].


En 1953 dirige Tokyo Monogatari (Cuentos de Tokio), la película con la que fue dado a conocer en Europa y Estados Unidos, una de sus grandes obras maestras y aún hoy su película más celebrada. Protagonizada por una pareja de ancianos, Tokyo Monogatari fue realizada por un cineasta que todavía se encontraba en plena etapa de madurez. “Cuentos de Tokio permanece como una summa de todo el cine de Ozu, en la que quedan reflejadas sus películas anteriores, y en donde sus experiencias cinematográficas son llevadas a la plenitud”[5]. Gran misterio el de un cine que incita a mirar y a contemplar; a reflexionar sobre lo que vemos, y sobre el arte cinematográfico en general. Que exige del espectador una inagotable capacidad de fascinación y de descubrimiento, y que lejos del tedio o del desconcierto produce un indescriptible placer: el arte pausado del maestro japonés es una continua invitación al goce; una oportunidad insólita que nos permite descubrir el cine reducido a su misma esencia. “Abriendo los ojos a la realidad corriente, fuente de una poética tan perdurable como sincera, Yasuhiro Ozu llevó a sus últimas consecuencias un principio propio del artista entregado al cultivo de su arte: Vivir con modestia, filmar con grandeza”[6].







MAR HORTELANO



[1] A. Santos, Yasuhiro Ozu. Elogio del silencio, Cátedra, Madrid, 2005, pág. 16.
[2] A. Fernández Santos, Antología de los diarios de Yasuhiro Ozu, Filmoteca de la Generalitat  Valenciana, Valencia, 2000, pág. 11.
[3] A. Santos, op., cit., pág. 15.
[4] A. Santos, op., cit., pág. 13.
[5] A. Santos, op., cit., págs. 429-445.
[6] A. Santos, op., cit., pág. 17.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La leyenda de Baahubali

VIAJERAS POR EL LEJANO ORIENTE