KIM RUDYARD KIPLING Editorial Extremadura, Cáceres, 2004 Kim hizo girar el torno registrador de la entrada y el viejo lo siguió. Al entrar, se detuvo en seco, asombrado. En el vestíbulo se hallaban las esculturas grecobudistas más grandes que se conocen, talladas (en tiempos remotos que sólo los sabios conocen) por artesanos ya olvidados cuyas manos, con no poca habilidad, trataban de dar a sus obras el toque griego transmitido de forma tan misteriosa. Había centenares de ellas: frisos con figuras en relieve, fragmentos de estatuas y losas, llenos de figuras, que en otros tiempos habían decorado las paredes de ladrillo de las stupas y viharas budistas del Norte del país y que ahora, debidamente rotuladas tras ser desenterradas, eran el orgullo del Museo. Boquiabierto ante tantas maravillas, el lama iba y venía de una estatua a otra, hasta que por fin se detuvo, embelesado ante un gran altorrelieve que representaba una coronación o apoteosis de Nuestro Señor ...