SORGO ROJO

EL CLAN DEL SORGO ROJO
MO YAN
Traducción de Blas Piñero Martínez
Ed. Kailas, Madrid, 2016





Yo, al xiang de Dongbei en Gaomi, le tenía un amor ardiente y apasionado, pero también le tenía un odio acerbo a ese distrito situado en el noreste de Gaomi. Tras hacerme mayor, me puse a estudiar el marxismo con fervor y muchos esfuerzos, y al final, comprendí lo siguiente: el xiang de Dongbei en Gaomi es sin duda el lugar más bello y el más feo de la Tierra; el más original y el más ordinario; el más sagrado y el más profano; el que posee más héroes de la etnia Han y el que posee más hijos de puta; el que posee más gente que bebe alcohol y el que posee más gente que ama su tierra. Esa es la tierra que vio nacer a mis padres y a los padres de mis padres, todos ellos muy dados a comer el sorgo, el cual plantan en grandes cantidades cada año. En lo más profundo del otoño, durante la octava luna, los inconmensurables campos de sorgo se ponen rojos como la sangre fresca. El sorgo de Gaomi es esplendoroso; es dulce y triste, y a la gente le gusta; es adorable y furioso. El viento del otoño es frío y verde oscuro, la luz del sol brilla con fuerza e intensidad, el techo azul del cielo se llena de nubes blancas y densas, las cuales proyectan unas sombras anchas y de color púrpura sobre los campos de sorgo. Pág. 13





Ese olor le trajo súbitamente más recuerdos a mi padre: mezcló el barro del río de las aguas negras, la tierra negra que hace crecer el sorgo, el pasado que nunca muere y el presente que nunca permanece. A veces, los diez objetos que componen este mundo tienen sabor a esa sangre que escupen los hombres de sus bocas. Pág. 24





En ese momento apareció en el cielo una luna curvada como una ceja; pero estaba tan baja que parecía que iba a aplastar los árboles con sus hojas secas. Mi padre sujetaba el altar del licor y con una de sus manos llevaba unas llaves; y, tal y como se lo ordenó su madre (mi abuela), se fue al patio donde se destilaba el sorgo para recoger un poco de ese aguardiente fuerte. Mi padre abrió la puerta con los dedos y vio que el patio estaba muy calmo. El establo estaba oscuro y en la destilería se respiraba un ambiente denso e impuro, como podrido. Mi padre destapó uno de los cántaros y vio reflejadas en la superficie plana del aguardiente la luna y las estrellas. Pág. 51





El cuerpo de los porteadores emitía un sudor de un olor intenso, y a la abuela –entre tanto vaivén- se le había puesto cara de tonta al oír la respiración profunda de esos hombres…
El traqueteo del palanquín y la música bella y triste de las trompetillas y los tambores aleccionaban a la gente: detrás de toda felicidad se escondían sudor y lágrimas…
Ese día, entre los cuatro porteadores que llevaban a cuestas a mi abuela había uno que acabó convirtiéndose en mi abuelo paterno, y era el comandante Yu Zhan’ao. Pág. 77





Al escuchar esa canción que parecía salida de la ópera, la abuela se conmovió y del interior de su cuerpo le vino un temblor. La imagen de ese joven que, tres días antes, blandía la daga –ese joven cejijunto- apareció de repente. ¿Quién era él?, pensó la abuela. Ella y ese joven no se conocían. Pero ella ya era como un pez flotando en el agua. Luchaba y se precipitaba. Era como un sueño que no es un sueño; como un despertar que no es un despertar, con el alma confusa y hechizada, viendo los espíritus y los fantasmas, escuchando el Cielo y dejando la vida, pensó la abuela, y suspiró hondamente. Pág. 153





Sacó la daga que le había clavado al monje en sus costillas y la sangre caliente empezó a salir a borbotones. Era una sangre lustrosa y flexible que recordaba las plumas de un pájaro. Las copas de los perales ya no tenían sobre ellas una sola gota de lluvia. Sobre el terreno de arena había crecido un fino tamiz de hierbas y varias decenas de pétalos de flores de peral flotaban sobre él. Del fondo de los perales llegaba un viento frío y Yu Zhan’ao recordó en ese momento el olor a la flor del peral. Pág. 182





Los pensamientos extraños y maravillosos de mi abuela mientras ella cortaba las figuras de papel explicaban con todo lujo de detalles que ella estaba hecha de la misma pasta de los héroes y era además un ser de un talento excepcional. Solo ella era capaz de hacer una flor de ciruelo y ponerla encima de una gacela. Yo me llenaba de respeto y admiración cada vez que observaba a mi abuela haciendo esas figuras de papel. Si mi abuela se hubiese dedicado a la escritura, habría hecho sentirse como una mierda a un gran hombre de letras. Si hubiese sido Dios, habría sido como el de los dientes de jade y la boca de oro; es decir, nada ni nadie habría podido cambiarla. Ella decía que la langosta iba a salir del cesto y la langosta salía del cesto. Ella decía que un árbol iba a crecer sobre los lomos de una gacela y un árbol crecía sobre los lomos de una gacela.
Abuela, tu nieto se compara siempre a ti y llega a la conclusión de que es igual que una pulga blanca que no ha comido durante tres años.
Cuando la abuela cortaba sus papeles, oyó de repente que alguien abría la puerta de la entrada principal. Era una voz que le era extraña y familiar al mismo tiempo la que oyó en el patio.
-         Tendero, ¿necesitas a alguien para trabajar aquí?

A mi abuela se le cayeron de las manos las tijeras y estas quedaron sobre el kang. Pág. 217


ZHANG YIMOU (1987) 


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