LA LEYENDA DE LA MORERA



Se cuenta que en la época lejana de la dinastía Shang, quince siglos antes de la era cristiana, vivía en las tierras más tarde conocidas como provincia de Sichuan, una joven hermosa, rica y querida por todos, tanto por sus prendas físicas como por el cariño filial que la adornaba mejor que la más rica joya de sus tesoros jade.

Un día el padre de la joven desapareció del hogar sin que nadie pudiera saber la causa. Por la mañana había montado a caballo, y al anochecer el animal volvió a casa sin llevar sobre sus lomos al dueño que lo guiaba. Las sombras del dolor obscurecieron aquel templo, hasta entonces radiante de felicidad y ventura. La madre creyó que la pena la mataría. La hija resistióse a tomar alimento, y no quiso vestir otro traje que el blanco de luto, ni ver cara de persona amiga, hasta tener noticias ciertas y seguras del paradero de su amado padre.

Así se pasó un año. Los ladrones de las inmediaciones que frecuentan los más recónditos lugares dijeron que nunca habían visto a aquel hombre. Los venerables de los templos aseguraron que los Genios no lo habían llevado al cielo. No fue muerto en las guerras, ni había sucumbido a los estragos de la peste. Desolada la madre, tanto por la pérdida de su marido como por el dolor que consumía a su hija, hizo un día voto solemne de dar a ésta en matrimonio a quien devolviese el marido al hogar doméstico.

Toda la gente del vecindario dirigióse a los campos, preguntó en los pueblos, registró las selvas y montañas en busca del desaparecido. El premio señalado al que lo encontrara no podía ser más apetecible, pues el amor y la posesión de la desesperada joven, suponía, para el afortunado en sus pesquisas, el goce del cielo en la vida terrenal.

Así las cosas, notóse que el caballo en el que había cabalgado el viejo apareció inquieto en la cuadra y se esforzaba en romper la cuerda a la que estaba sujeto. Lo consiguió tras duro esfuerzo, y galopando ligero la llanura, perdióse de vista en los inmensos arrozales. Más afortunado que las personas, el noble animal, pasados pocos días, volvió al pueblo llevando al viejo con tanto afán buscado.

Vuelto el caballo al pesebre, pronto fue de todos olvidado, pero desde aquel momento enfermó. No comía ni bebía, triste unas veces y furioso otras, continuamente volvía la cabeza hacia las habitaciones de la hija de la casa. Tuvo el padre curiosidad por saber la causa de esa extraña inquietud, y entonces su esposa recordó el voto hecho con la ocasión de su extravío.

- Tales votos -dijo el anciano- se hacen y se cumplen cuando se refieren a los hombres, pero no a las bestias. Que desde hoy en adelante se dé al caballo doble ración de arroz y paja. ¿A quién se le ocurrió nunca que un ser humano pueda casarse con un animal?

Pero el caballo siguió rehusando el pienso, y como había oído la conversación de los dos esposos, se alborotó todavía más lanzando llamas por los ojos cuantas veces veía pasar cerca de él a la hermosa joven. Temió el padre que la actitud del caballo ocasionara desgracias en la familia, y para evitarlas resolvió matarlo, tirándole con el arco de guerra una flecha que le partió el corazón.

Muerto el animal, los criados le quitaron la piel y la pusieron a secar al sol colgándola en un árbol en medio del patio de la casa. Sucedió que al pasar la niña por allí cerca, de pronto animáronse aquellos despojos y envolviéndola se la llevaron por los aires, con gran admiración de los presentes. Diez días después, hallóse la piel extendida sobre la copa de otro árbol, hasta entonces nunca visto en el país, de cuyas hojas nutríase un gusano que vomitaba capullos de seda. Allí fueron a llorar sus desdichas los padres de la joven, y desde entonces el pueblo dió a aquel árbol el nombre de Shang, palabra que en lengua china significa lo mismo «morera» que «funeral».

Nadie dudaba que la niña había sido convertida en gusano, por la falta que cometió no cumpliendo la solemne promesa hecha por su madre. Pero pasado algún tiempo, aparecióse a los padres una Diosa, radiante de hermosura, rodeada de un coro de Genios magníficamente vestidos, sostenida por nubes de perfumes y montada en el mismo caballo muerto en la casa. Era la hija, que dirigiéndose a sus padres, les dijo:

- ¡Oh, padres! Por mi piedad filial, por mi buen corazón y fidelidad perfecta, Dios me ha escogido para servidora suya en el palacio del cielo donde moran los bienaventurados, dándome el don de la inmortalidad. No lloréis por mí, pues soy feliz.

***

El pueblo proclamó enseguida a la joven Diosa de las moreras y de los capullos de seda, y todavía hoy, en tres distritos de la provincia de Sichuan, se le consagran anualmente fiestas religiosas durante las cuales abundan las ofrendas en los templos y entre nubes de incienso suben las oraciones al cielo, implorando a su favor buenas cosechas de hoja de morera y fecundidad en los gusanos de seda.



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