LOS OGROS DEL GANGES

 




LOS OGROS DEL GANGES

El siglo de las quimeras I

Philippe Cavalier

Círculo de Lectores, Barcelona, 2009

 

 

En esa época había dos Calcutas. Dos ciudades diferenciadas que se hacían llamar con el mismo nombre.

En primer lugar, estaba la Calcuta del pueblo, con sus callejuelas estrechas, sus barrios de artesanos, sus arrabales… Una gran ciudad con trescientos años de antigüedad adonde afluían cada día decenas de miles de campesinos para vender grano, volatería, legumbres, fibras textiles y qué sé yo qué más. La Calcuta de los templos y las tradiciones, una ciudad que tenía un alma, una respiración y una personalidad única.

Y además existía la otra ciudad, la de los europeos. Evidentemente, los británicos constituían una aplastante mayoría, con familias de coloniales instaladas en algunos casos desde hacía cinco o incluso seis generaciones; pero también podían encontrarse comerciantes italianos o griegos, industriales belgas o franceses, algunos plantadores holandeses, portugueses, exportadores americanos… ¿Cuántas personas representaba esto exactamente? Soy incapaz de precisarlo. Tal vez quince mil. En ningún caso más de veinte mil. Veinte mil colonos occidentales, hombres activos, mujeres, niños y ancianos, perdidos en medio de una incontenible oleada de indígenas que crecía exponencialmente. Con sus líneas de tranvía, su red de alcantarillado, sus cables eléctricos y su central telefónica, la Calcuta de los europeos no presentaba, a fin de cuentas, grandes particularidades en relación con otras ciudades coloniales del Imperio. Un viajero poco atento hubiera podido confundirla fácilmente con los barrios reservados del Cabo o de Singapur. No era más que una sucesión de amplias avenidas, de edificios elegantes que albergaban a familias acomodadas, residencias de lujo, bancos, teatros, compañías de seguros, gabinetes de hombres de negocio internacionales, de notarios, de abogados, edificios consulares de casi treinta nacionalidades… Esta Calcuta no pertenecía a la India. Excepto alguna rarísima excepción, no habitaba allí ningún autóctono que no fuera, de un modo u otro, sirviente o dependiente. No había mendigos, niños ni perros vagabundos. Y muy pocas ratas. La zona estaba protegida de la India auténtica, de la India viva. Los únicos nativos tolerados aquí eran los criados, que vestían al modo occidental y hablaban en su mayoría un inglés bastante mejor que el que puede escucharse en los arrabales de Londres. Págs. 33, 34.

 

 

Densas humaredas ascendían de las orillas. Al principio no comprendí de qué se trataba, y lo atribuí a que tal vez estaban quemando basura, porque el olor que llegaba hasta mí era fuerte y desagradable, a la vez picante y dulzón, y cuya intensidad iba en aumento. Levanté los ojos al cielo. Su color estaba velado por las columnas grises que subían de la orilla. El sol ya no era tan resplandeciente, sino que parecía un disco mate en la bóveda ensombrecida. Di unos pasos sin poder distinguir aún qué era lo que estaban quemando. Keller no estaba lejos. Acababa de verla bajar a la orilla por una pequeña escalera de piedra. Me acerqué a una especie de parapeto y me apoyé un instante, con las palmas posadas sobre algo, una ceniza viscosa que recubría la piedra, y permanecí unos segundos sin moverme, sin respirar, sin querer comprender lo que mis ojos me mostraban ahí mismo, a sólo unas yardas, tan próximo que hubiera podido casi tocarlo con una leve inclinación y tender la mano…

No sé cuántas había exactamente. Me pareció que corrían a lo largo de todo el río y que también la otra orilla estaba llena de ellas. Trescientas, cuatrocientas, quinientas tal vez, podían divisarse desde donde me encontraba. Quinientas piras funerarias en actividad, algunas recién encendidas, crujiendo, gruñendo con su fuego infernal bajo los cuerpos tendidos, y otras casi apagadas, derrumbadas sobre sí mismas, desmoronadas, aplanadas sobre el suelo, de las que apenas quedaban unas brasas sonrosadas, llamitas que el primer soplo de viento llegado de las aguas hacía vacilar… Y por encima de todo un silencio abrumador, terrible, un silencio a la vez de duelo y de indiferencia, un silencio de dolor, miseria y resignación que me oprimió el corazón y me trastornó, deteniendo por un instante el flujo de mis pensamientos, anulando en mí toda capacidad de acción o de razonamiento.

Era la primera vez en mi vida que me veía confrontado a una visión como aquélla. La primera vez en mi vida que la muerte se desvelaba ante mí de una forma tan cruda, tan intensa, tan imponente y masiva. Págs. 44, 45.

 

 

En esa época yo sabía muy poco sobre el régimen de castas que definía a la India. Conocía la existencia de una jerarquía entre ellas, pero no sabía qué significaban exactamente ni qué individuos, y conforme a qué condiciones, formaban parte de cada una. Swamy fue quien, sobre este tema, como sobre infinidad de otros, me proporcionó las informaciones más precisas:

-          El pueblo hindú está estratificado en tres grandes divisiones, mi teniente. La primera es la que separa a los dravidas, los primeros habitantes del continente, de los arios, los invasores procedentes del norte. Luego está la división de las castas. Originalmente, éstas eran sólo cuatro: los brahmanes (los sacerdotes), los chatrias (los guerreros, el equivalente de los caballeros en su Occidente), los vaishias (los comerciantes y los artesanos), y finalmente los sudras, que son los campesinos y los obreros. Pág. 120.

 

 

El dharma. Era una de las nociones más simples y más complejas que regía la metafísica hindú. A la vez destino universal y ley de equilibrio, el dharma era comparable al tao de los adeptos a la religión zen. No era un juez. No era un legislador. No era identificable con una persona e integraba en su seno todas las contradicciones que engendra el ciclo de la vida y la muerte, del amor y el odio, de la indiferencia y el apego. El dharma era el alma de las Indias. Mientras un hindú viviera para honrarle, este país con las dimensiones de un continente seguiría siendo la última gran ciudadela pagana del mundo. Pág. 350.

 

 

 

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