¡VIVIR!
¡Vivir!
Yu Hua
Traducción del chino por ANNE-HÉLÈNE
SUÁREZ GIRAD
Seix Barral, Barcelona, 2010.
Vi
que la espalda del anciano y el lomo del buey eran igual de oscuros; dos
existencias que entraban en el crepúsculo, surcando el duro suelo de ese campo,
alzando terrones como olas en la superficie del agua. Entonces oí al anciano
cantar, con voz cascada pero conmovedora, una canción de los viejos tiempos.
Primero tarareó un largo preludio, luego llegaron dos versos de la letra:
Me quiere por yerno el emperador,
pero está tan lejos que no pienso ir.
Como
estaba lejos, no le apetecía ir a convertirse en yerno del emperador. Al ver al
anciano tan presuntuoso, no pude reprimir una carcajada. Quizá porque el buey
aminoró el paso, el anciano volvió a gritarle:
-
¡Erxi y Younqing,
no aprovechéis para holgazanear! ¡Jiazhen y Fengxia, aráis bien! ¡Y tú, Kugen,
tampoco lo haces mal!
¿Cómo podía ser que un solo buey tuviera tantos
nombres? Lleno de curiosidad, fui hasta el borde del campo.
-
¿Cuántos nombres
tiene este buey? –pregunté al anciano, que se aproximaba.
Se detuvo, apoyado en el arado, y me examinó de arriba
abajo.
-
Eres de la
ciudad, ¿no? –preguntó.
-
Sí –asentí.
-
Lo he visto a la
primera –dijo, ufano.
-
Bueno, pero
¿cuántos nombres tiene este buey? –dije.
-
Se llama Fugui,
sólo tiene un nombre –respondió.
-
Pues hace un
momento ha usado usted varios.
-
¡Ah, ya! –dijo el
anciano riendo con alegría.
Me hizo señas de que me acercara, con aire misterioso.
Cuando estuve a su lado, abrió la boca para hablar, pero al ver que el buey
erguía el testuz se interrumpió para regañarlo.
-
¡No andes
fisgoneando! ¡Baja la cabeza!
Y efectivamente el buey bajó la cabeza.
- No quiero que sepa que trabaja solo –me contó el
anciano en voz baja-. Por eso digo otros nombres, para engañarlo. Así, al oír
que hay otros bueyes trabajando, no se me enfada, y además trabaja con más
ánimo.
Bajo el sol, el anciano reía lleno de vida. Las
arrugas de su rostro renegrido se movían de regocijo, llenas de barro
incrustado, entrecruzándose como los senderos que separaban los bancales.
Luego el anciano se sentó bajo el árbol frondoso. En
esa tarde saturada de sol, me contó su vida. págs. 12, 13.
Novela
elegida como una de las más influyentes en la década de 1990 en China, fue
adaptada por nuestro admirado director Zhang Yimou en 1994.
Pero esta
vez, acostumbrados como estamos a su fidelidad a los textos literarios a los
que recurre, se toma ciertas licencias. Por ejemplo, la dedicación a las
marionetas y al espectáculo de las sombras de Fugui, unas secuencias bellísimas
en las que podemos apreciar los orígenes de la imagen movimiento –precursora
del cine antes de ser el cine- y no, a trabajar la tierra como en la novela.
Además, la muerte de su hijo es diferente; y la de su mujer, que sí es narrada
en la novela, ni siquiera aparece. Al director le ha gustado más acabar su
película con los abuelos, el nieto y el yerno, y de alguna manera, suavizar la
tristeza y la soledad de Fugui en el final de sus días.
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